EL CIELO —— Cristo ha muerto y ha resucitado. La plenitud de su vida, llena de Espíritu Santo, de gloria y eternidad, quiere que la compartamos cada uno y transformarnos a semejanza suya. Por eso se ha encarnado; por eso ha sembrado la palabra; por eso ha fundado la Iglesia; por eso ha sacrificado su vida por amor; por eso ha resucitado. Él ya está glorioso en el Cielo, y nos hace la promesa a todos los que creemos en Él de que estaremos de igual modo en la casa de su Padre eternamente.
Mediante el don de la fe y los sacramentos recibimos en nuestra vida personal esa promesa de Cristo: nuestra vocación se convierte en una llamada de santidad, ser santos a su semejanza y vivir en el Cielo para toda la eternidad. La gracia de Dios, que Él derrama abundantemente, requiere de una correspondencia y determinación del corazón de entregar la vida a Cristo y a los hermanos, ser personas de oración perseverante, ser fieles a quien nos habla en su nombre y administra los sacramentos, la Iglesia, y de luchar constantemente contra nuestros propios pecados. Es la lucha entre la gracia de Dios y el pecado, que nos acompañará hasta nuestro último aliento.
Pero Cristo ha vencido ya en esa lucha: ¡seamos fieles, perseveremos, luchemos guiados y sostenidos por nuestro Dios, en comunión con la Iglesia! ¡La eternidad nos espera!
EL PURGATORIO —— Cuando una persona fallece, entra a la presencia de Dios, Luz del mundo, que deja traslúcida la vida como un cristal, tal y como Él la ve, con total verdad y transparencia. Ese juicio particular —eso es de lo que hablamos— revela si el difunto está preparado para la visión beatífica de esa Luz divina del Cielo o debe purificarse todavía para ello.
El alma que muere preparada entra directamente en la gloria del Cielo.
Pero si no está preparada, permanece en el purgatorio que, además de una verdad de fe, es una obra de misericordia divina, un tiempo de purificación de los pecados.
De igual modo que no podemos mirar al sol, porque nuestros ojos no están preparados, los pecados del alma hacen que nuestro corazón no pueda contemplar y amar con perfección el amor de Dios en el Cielo. Necesita de una purificación que disponga a la visión beatífica.
Los Santos interceden por nosotros desde el Cielo; nosotros no podemos hacer nada por ellos, porque ya están en la meta, viven ya en la perfección.
En cambio, sí podemos hacer algo por las almas que están en el purgatorio: necesitan de nuestra intercesión, en forma de oración y sacrificio, una tradición ya en el mundo judío y que la Iglesia vivió desde su fundación.
¿SÓLO UN MERO RECUERDO? —— La muerte es la separación del alma y del cuerpo. Éste se corrompe aquí en la tierra; pero el alma es inmortal, y espera la resurrección de la carne al final de los tiempos, el día del juicio final. En el Cielo estaremos íntegros: no sólo somos alma, sino también cuerpo. Igual que Cristo está allí con su cuerpo glorioso, Él hará que nuestro cuerpo vuelva a la vida para siempre, a semejanza de Él. Esta certeza de que el alma no muere hace que nuestro recuerdo de los difuntos no sea un «mero recuerdo», sino una auténtica relación con ellos a través del gran don de Cristo que genera una comunión de santos. En Cristo, que es todopoderoso y eterno, abrazamos el pasado, el presente y el futuro; lo material y lo espiritual; lo terrenal y lo celeste. Y es en Cristo donde nuestra comunión con los difuntos se hace real, no sólo un recuerdo, sino certeza de su existencia en Dios. Para un cristiano, «recordar» significa mantener en Cristo ese vínculo estrecho con los difuntos, y esperar en Cristo que algún día volveremos a vernos. Cristo hace que nuestras relaciones personales con los seres queridos lleguen a una plenitud insospechada que unen en su persona el Cielo y la tierra.
LA ORACIÓN POR LOS DIFUNTOS —— Pedir a Dios y rezar por las personas que amamos es una necesidad, dada la complejidad de nuestras vidas. Se trata de una obra de misericordia necesaria que nos une a todos en la debilidad y en la necesidad que tenemos los unos de los otros. Además, esta oración de intercesión intensifica nuestra unión con ellas. Dicha oración la dirigimos al Señor tanto por las personas que viven como por las que han muerto.
Cuando elevamos oraciones por los difuntos, en primer lugar, damos gracias a Dios por su vida: los muchos o pocos años que alguien ha formado parte de nuestra vida. Toda vida humana es un regalo de Dios.
ORACIÓN DE INTERCESIÓN —— Rezar por los difuntos es también elevar al Cielo una oración de intercesión por si les hiciera falta: nos ponemos en la presencia de Dios y le pedimos al Padre que tenga misericordia de nuestros seres queridos difuntos, perdone sus pecados y les acoja como a hijos suyos en su Reino, nuestro destino definitivo.
Y se lo pedimos siempre a través del gran Abogado de nuestras vidas, aquél que ha intercedido por nosotros muriendo en la Cruz y ofreciendo al Padre su propia vida en precio de rescate por nuestra vida pecadora.
Mas, en su infinita misericordia y generosidad, Cristo nos ha hecho hijos adoptivos de su mismo Padre dándonos su mismo Espíritu Santo.
Además, el Señor al pie de la cruz nos dio como abogada a su Madre, que también es la nuestra. Así lo rezamos en la Salve: «abogada nuestra». Y, vinculados a Cristo, nos une a su pueblo santo, la Iglesia, que como Madre, alimenta nuestra fe, nos santifica con los sacramentos e inflama nuestra caridad; en la hora de la muerte, la Iglesia nos acompaña y reza por nosotros.
DIVERSAS ORACIONES —— Hay muchas oraciones por los difuntos. Incluso podemos hacerla con nuestras propias palabras, con toda sencillez, pidiéndole al Señor por un ser querido que nos ha dejado.
Desde el punto de vista de la calidad, la oración más valiosa y agradable al Señor es la que se hace con fe y con sencillez de corazón, y va acompañada de unas costumbres acordes con la voluntad de Dios y sus preceptos. Esto es la vida en el Espíritu Santo, que mueve nuestros corazones para identificarnos con Cristo y ofrecernos día a día a Dios Padre como Él lo hizo. Se puede rezar para interceder por nuestros difuntos en cualquier momento y lugar, puesto que el Padre siempre nos escucha.
En esta web ofrecemos varias oraciones. Dos de ellas son de la Liturgia de las horas: laudes y vísperas de difuntos. También ofrecemos un responso que puedes rezar si vienes a los columbarios, a otro cementerio o vas a un velatorio.
LA SANTA MISA —— La oración de acción de gracias e intercesión que supera a todas las demás siempre será la Santa Misa. Porque no sólo la reza una persona, sino que la celebra la Iglesia Madre, que intercede por sus hijos y administra, por mandato del Señor, la misericordia y la gracia. El sacramento de la eucaristía es sobre todo el lugar en que Dios actúa para salvarnos: Cristo vuelve a morir y a resucitar en cada eucaristía, ofreciéndose por nosotros, alcanzándonos la misericordia.
De aquí viene la costumbre de ofrecer la Misa por los difuntos: es la oración más completa, que supera a todas las demás. Se suele celebrar la Misa exequial cuando un difunto fallece; unos días después, suele celebrarse el funeral; con motivo de aniversarios de fallecimiento u otras fechas, se suele ofrecer la intención de la Misa; se pueden celebrar también las Misas gregorianas durante treinta días seguidos.
En nuestra parroquia, todos los primeros viernes de mes y de modo perpetuo, ofreceremos los sufragios de la Santa Misa, dando gracias y rezando por el descanso eterno de los fieles difuntos aquí enterrados.
Para rezar un responso, pulsa aquí